Para incluso antes de que
aprendas que el ma-ma y pa-pa de labios
semi-succionados, enfáticos e insistentes te
enseñen quienes son mamá y papá
Las nubes son copos de algodón de azúcar,
dulces y enormes, que viajan desde lejos
para quedar colgadas arriba nuestro,
para que así te pueda cargar sobre mis hombros
y juntos intentar alcanzar la hermosura
del cielo celeste, del sol brillante como caramelo
de las tardes de domingo.
Domingos por la tarde en la plaza y en la hamaca,
conquista preciada del tesoro entre empujones y
regaños que forjan el carácter de mi pequeña doncella,
de la princesa en zapatillas y corona de algodón,
majestad única del imperio de mi corazón.
Realeza del jugar, del elástico y la rayuela
de punta en pie, abriéndose paso en el juego de la tiza,
del ser mamá y señorita a la vez,
sonriéndole al alumnado que todos supimos ver
(y que creemos recordar).
Sonriendo, como se le sonríe a las galletitas
hundidas en el naufragio de la merienda,
del té con leche, dulce y pan, de chocolates
escondidos bajo la mesa, cómplices de abuelos
y pequeños secretos.
Dibujos, lápices de colores desparramados al óleo del papel,
y la firma única de la artista mimada,
la grandeza del calor y el aroma a pintura
enchastrando dedos, delantales, mejillas
(¿mencioné el regaño?)
Y así jugar. Y así ser.
Ser todo en el juego, en la invitación juntos
para volver al mundo mágico de la imaginación y las escondidas.
Del correr a ningún lado, con prisa de llegar al abrazo,
a la cima del tobogán y una vuelta más en calesita.