viernes, 28 de diciembre de 2007

Sonrisa y Esperanza

¨En la pobreza conserva usted todavía la nobleza de sus sentimientos innatos; en la miseria, no hay ni ha habido nadie nunca que los conserve¨.
Fiodor Dostoievsky en Crímen y Castigo

Todavía te veo y te recuerdo.
Bajando todas las tardes de tu
bicicleta oxidada y antigua.
Juntando cajitas de cartón,
pidiendo permiso con tierna
humildad.

Te recuerdo, mi viejo amigo.Te recuerdo, caballero de rizos
plateados y sonrisa esperanzada.
Recuerdo tu tímida voz, y tu
figura trepada a tu corcel de acero
y aluminio.

En mi memoria quedó grabado
cada rasgo de tu fisonomía,
tu porte de guerrero y cada pequeña
faceta de tu rostro.
La comisura de tus labios, harto sonrientes,
que ni las arrugas ni el cansancio
pudieron opacar.

Sin quererlo, la nobleza de tu
humildad me enseñó el valor
de la esperanza, a veces extraviada
en los ocres días que vivimos.

Tu vida, héroe anónimo, revolucionario
del cotidiano, es la musa que inspira
los sueños de un mundo mejor.
Miles de tus compañeros de armas, héroes
a su medida, recorren las calles
de nuestra ciudad.
Miles de ellos mueren en el olvido
de la hipocresía urbana.
Pero sus miles de sonrisas, iniciarán
el fuego del cambio.
Viejo amigo… todavía te recuerdo.
Fuiste la sangre de mis sueños, y
serás el aire de mis esperanzas.

Valentín Borlazno
Lomas de Zamora, 28 de diciembre de 2007

lunes, 17 de diciembre de 2007

La Ciudad se Cubre de Blanco

La ciudad se cubre de blanco. Millones de copos helados caen sobre las veredas de la ciudad. El ejército de ciudadanos se recluye en sus hogares, al abrigo de las estufas y de cualquier otro artilugio que irradie el suficiente calor para obnubilar sus mentes y permitirles descansar tranquilos, en la modesta hipocresía urbana.
Hipocresía que se conjuga en el verbo olvidar; infinitivo funesto de todas las lenguas, que condena a las personas a la soledad del mundo en el que vivimos.
La ciudad se cubre de blanco. Niños y adultos se dedican al sacro arte del juego pueril e inocente. Muñecos, torres y proyectiles que se lanzan como bólidos contra el pecho de algún transeúnte desprevenido. La misma nieve, la misma historia. No hubo ningún hombre de apellido compuesto por una vocal y tres consonantes que pincele con sus letras el vivo retrato de esta Buenos Aires vestida de novia a la vieja usanza. Ni tampoco ningún hombre que clame con fervor por una matutina Buenos Aires sorprendida, de calles escarchadas y hielos cayendo desde las rebosantes nubes de pálido gris.

En la soledad de mi mente, el amplio juego de contradicciones lidian por establecer el control total sobre mi cuerpo; un todo complejo, formado por diminutas partes que suman la totalidad de la esencia de mi ser. Mi cuerpo es el campo de batalla, donde se izaron los pendones de la frivolidad hipócrita y de la profunda conmiseración.
Sin embargo, las cavilaciones de mi mente son ajenas a la vida real. Pareciera ser que un espectro místico y metafísico cubre con un velo mis ojos, e insensatamente dejo que ese velo oscuro me aleje del dolor terrenal. Pero en el mismo suelo donde mis pies se afirman, varias imágenes se proyectan: latones ardientes de maderas pobres y papeles arrojados a la calle; hombres, mujeres y niños con trémulas manos extendidas hacia los mismos latones, esperando encontrar en el calor refractado alguna respuesta, alguna ayuda, algún gesto de orgullosa humanidad. Pero… la humanidad ha desaparecido. El sueño fugaz de amor y generosidad se esfumo. La calle, el lecho maltrecho y helado sobre el que descansan las penas y las vidas de miles de personas sigue siendo el hogar en donde se espera alguna certeza dentro de tanta incertidumbre. Y yo… soy un imbécil. Sigo en la búsqueda de mi camino y sigo soñando los sueños de sujetos que perecieron hace tiempo. Sigo creyendo en la epopeya homérica del hombre invisible, aquél que vive en la voz de los hombres y para todos los hombres, cantando a verso libre sus dolores y penurias. Mientras las veredas ofician de ataúdes, sigo recorriendo las calles parisinas, o las praderas de la vieja Praga repleta de fantasmas. Sufro por lo que no sufro, y por ello soy un imbécil. Soy un imbécil que hace veintisiete minutos leyó a un controvertido alemán, y que sacraliza sus palabras como las leyes universales que dominan los hilos de la humanidad. Si, soy un imbécil. Un imbécil recluido en mi hogar al abrigo de la estufa, la misma que obnubila mi mente, y me hace descansar tranquilo en la misma hipocresía urbana que critico. Por ello, mis inquisidores, soy un imbécil.
Valentín Borlazno
Lomas de Zamora, 09 de julio de 2007